Hambre, alta tecnología y desigualdad social
Un desafío a inicios del siglo XXI
Hugo Cesar Alfaro Salas
“3°C” #:1
En lo escrito se sostenía que, dado que los recursos son limitados, el planeta imponía límites al crecimiento que hacían que el crecimiento exponencial de la población y los productos no fueran sostenibles en el tiempo. Decían que estas dinámicas de crecimiento exponencial llevarían a un progresivo agotamiento de los recursos naturales, al cual seguiría un colapso en la producción agrícola e industrial y, luego, una brusca reducción de la población humana.
Posteriormente, la creciente disponibilidad de alimentos fue acompañada por una regresiva distribución del ingreso, especialmente en sociedades menos desarrolladas, donde se acentuaban los problemas de accesibilidad en simultáneo con la creciente sofisticación en el aprovisionamiento de alimentos: nuevos envases, alimentos industrializados y marcas comerciales, entre otras novedades.
Este informe sostenía, en consecuencia, que la solución debía encontrarse en la generación del crecimiento de la población. En esta interpretación, las dispersiones de ingresos entre países no se tenían en cuenta.
Una mayor producción de granos, carne y leche no se traduce de manera automática en oferta de alimentos disponibles para los consumidores, menos aún si éstos son urbanos. Existe en el medio una larga serie de pasos de transformación industrial, acondicionamiento, concentración, transporte, logística y comercialización hasta llegar a los consumidores.
El estadio siguiente se conforma por quienes desarrollan la agricultura, debiéndose en este caso distinguir entre quienes poseen las tierras y las empresas de producción, ligadas por una muy diversa gama de contratos y acuerdos comerciales, ya que existe un peso creciente de la agricultura bajo contrato.
La necesidad de establecer en las agendas políticas mundiales la lucha contra el hambre también cobró impulso. En el año 1996, se realizó en Roma la Cumbre Mundial sobre la Alimentación, como respuesta a la persistencia de una desnutrición generalizada y a la preocupación creciente sobre la posibilidad de que la agricultura pudiera cubrir las necesidades futuras de alimentos. Además se construyó un foro para el debate sobre la eliminación del hambre.
A su vez, en el contexto de críticas mundiales a los procesos de globalización, organizaciones campesinas introdujeron el tema de soberanía alimentaria. Planteado como un tema superador, la soberanía alimentaria es entendida como la facultad de cada Estado para definir sus propias políticas alimentarias y agrarias de acuerdo a metas de desarrollo sustentable y a seguridad alimentaria.
Esto implica reconocer el derecho de los pueblos a definir sus propias políticas a partir de sus circunstancias culturales únicas, dar prioridad a la producción de alimentos a nivel local basada en campesinos y pequeños productores, utilizando sistemas de producción sustentables, establecer precios justos para los agricultores y defenderlos de política de precios predatorios.
Por eso, pese a que en los últimos años ha aumentado la producción de alimentos y la riqueza mundial, el hambre no sólo no ha disminuido, sino que ha crecido.
En algunas regiones del mundo, el hambre crónico que persiste aún con buenas condiciones climáticas para la producción agrícola es, fundamentalmente, un problema asociado a la pobreza y a la mala distribución de la riqueza entre y dentro de las naciones, en un sistema con inequidades e ineficiencias en la distribución de los alimentos o en las políticas.
El mayor consumo de calorías derivado de las mejoras económicas en una parte de la población mundial ha llevado al incremento de personas que
padecen obesidad. Aunque este problema afecta principalmente a los países más ricos, en los últimos años se ha expandido hacia países más pobres donde convive con el problema de la desnutrición.
También es algo diferente la tecnología, desde la revolución verde a la revolución biotecnológica, está en condiciones de borrar el problema o si no por el contrario, su propia conformación la convierte en parte del problema. Algunas de estas preguntas son de larga respuesta, otras más recientes, pero en ambos casos las respuestas tienen lugar en un contexto económico, productivo, tecnológico y social que ha cambiado significativamente a lo largo de las últimos años.
A ello se sumó una creciente sofisticación de los alimentos como bienes finales, a partir de la diferenciación y la certificación, entre otros procesos. Sin embargo, una mayor cantidad disponible y la consecuente conformación de mínimas reservas de seguridad no implicaron borrar el problema.
En ambos planos la presencia pública juega un rol vital, principalmente si mantiene una visión estratégica en los procesos de intervención que se extienda más allá del asistencialismo puntual y de corto plazo y lleva a cabo una efectiva coordinación de políticas incluidas las de cooperación internacional tendientes a cambiar las condiciones en el aprovisionamiento y la accesibilidad a los alimentos básicos.
Por otro lado, la distribución del ingreso no mejoró sustantivamente, lo que ha afectado negativamente la accesibilidad, especialmente en los segmentos poblacionales menos favorecidos. Consecuentemente, el problema global del hambre no sólo sigue valido, sino que
se ha vuelto más complejo y más grave. Examinaran estos temas en los siguientes trabajo, comenzando por la identificación de la magnitud, pasada y reciente, del problema.
Aquí la tecnología aparecía como la llave maestra para la solución del problema de la disponibilidad; en menor medida se consideró la distribución del ingreso como un limitante. Se sostenía que la producción agrícola no podría abastecer plenamente los requerimientos alimentarios porque en los países con sistemas agrícolas avanzados los rendimientos habían alcanzado un límite y estaban en uso todas las superficies cultivables de mejor calidad.
El desarrollo y la inicial difusión masiva se registraron en los países con sistemas agrícolas más desarrollados: Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea. Sin embargo, bajo la lógica que consideraba a la tecnología como un bien público y con ello sustentaba la propuesta en marcha de múltiples instituciones públicas en la materia, el modelo se trasvasó a varios países en desarrollo.
La crisis financiera, aunque derivó en reducciones sustantivas en algunos precios, no se reflejó aún con idéntica magnitud en el mercado de los alimentos. A un año del comienzo de la denominada crisis financiera global, con las iniciales reducciones de precios de algunos productos, la tendencia de fondo parece mantenerse incólume.
Ello lleva a presumir que el incremento evidenciado en los últimos años en el número de personas subalimentadas responde, en buena medida, a los problemas de accesibilidad.
En este plano, las mayores restricciones para el acceso a las canastas alimenticias adecuadas se originan en los niveles de precios, asociados a la mayor complejidad de la estructura de aprovisionamiento, y en los legendarios problemas de regresión en la distribución del ingreso.
Una primera aproximación, tanto al análisis como a la eventual solución del problema, identifica dos segmentos de aprovisionamiento: por un lado, la gran agricultura comercial alimentos crecientemente sofisticados, por el otro,
la pequeña agricultura familiar, también conocida como de subsistencia. La relevancia cuantitativa lleva a centrarnos en el primero de los canales, sin dejar de señalar la importancia cualitativa de la restante.
Se trata de estructuras productivas muy heterogéneas, generalmente desconcentradas y dispersas territorialmente. Sus producciones ingresan al mundo industrial y comercial de diversas maneras. Si se trata de productos cuyo consumo no demanda transformación industrial frutas y verduras, entre otros, la figura del concentrador cobra relevancia en función de homogeneizar productos, lograr escalas y regular el acceso al mercado.
A grandes rasgos, la desconcentración en la etapa primaria tiene como contrapartida la concentración en la transformación industrial. En este contexto, el acceso a las grandes inversiones, los sistemas de patentes, el control de las marcas y la existencia de barreras a la entrada de nuevos consumidores son claves para captar parte de las rentas generadas a lo largo del proceso.
A poco de andar, el original sistema de comercialización desarrollado para segmentos poblacionales de alto y medio poder adquisitivo viró hacia los estamentos menos favorecidos con segundas marcas, productos genéricos o menos complejos. Al igual que en la provisión de insumos para la actividad primaria y la industria, esta etapa se ha tornado crecientemente innovadora y, como tal, partícipe en la formación de precios.
Otros mecanismos comerciales más complejos, como las ventas electrónicas y los canales personalizados de ventas al consumidor, operan en idéntica dirección.
Si bien quedan confinados a lo local, no escapan a las lógicas de captación de rentas de algún segmento concentrado a lo largo de la cadena productiva. Finalmente, y de manera muy agregada, existen cadenas que operan abasteciendo distintos mercados en base a materia prima proveniente de diversas geografías, modelos estandarizados de acopio, acondicionamiento y
distribución universales. Se trata de las denominadas Cadenas Globales de Valor a las que se aludió previamente.
En este sentido, es válido analizar ciertos factores que son clave para el futuro de las cadenas de provisión de alimentos. Ya que la complejidad introduce precios más elevados, cabe señalar que en estas redes de aprovisionamiento existen temas que son objeto indudable de las políticas públicas y que hacen al funcionamiento de las relaciones costos-precios y a la complejidad del aprovisionamiento de alimentos, lo que a su vez genera obstáculos en el acceso a ellos por parte de los consumidores.
La disponibilidad de agua de riego en el futuro que se cree se verá afectada fuertemente por el cambio climático y que generará corrimientos de zonas agro-ecológicas es un factor de relevancia en la determinación de las posibilidades futuras de producción, ya que puede inducir nuevas limitaciones, particularmente a niveles locales.
El desarrollo de esta actividad se asienta en el uso de varios bienes públicos que habitualmente no son contemplados en los cálculos económicos que motorizan las actividades privadas. Ello podría hacer fracasar los esfuerzos destinados a lograr mejoras distributivas y reducción de la pobreza y el hambre, siguiendo estrictas reglas de mercado. El cuidado del ambiente es una de las metas estratégicas que deberían seguirse para solucionar los problemas del hambre, la pobreza y la producción de alimentos.
Pese a que vivimos en un mundo dominado por las comunicaciones globales, el tema no está presente cotidianamente en la pantalla informativa ni tiene la suficiente atención en las agendas académicas y políticas, lo que lleva a una pregunta relevante como paso previo a su solución: más allá de los propios afectados.
A las sociedades involucradas directamente se suman otras que, excedentarias en alimentos, tratan de paliar la situación vía la cooperación internacional. Otro costado de las acciones se desarrolla a través de una infinidad de organizaciones, desde aquellas centradas en las religiones hasta las ONG sustentadas por la filantropía. Complementariamente, un conjunto de instituciones globales relevan y estatuyen el problema a escala planetaria y, buscan formas de soluciones.
Recursos naturales limitados y presiones poblacionales crecientes ubican, al igual que cinco décadas atrás, el epicentro de las soluciones en la tecnología, sólo que ahora se suma una conformación que registra un peso mucho más relevante de lo privado en su generación y difusión, y con ello en la apropiación de sus resultados.
Es posible que la tecnología sea una poderosa herramienta para contribuir positivamente a una disponibilidad de alimentos compatible con el crecimiento poblacional. Sin embargo, la propia conformación de las ofertas tecnológicas y de los procesos que van desde la materia prima a los alimentos terminados conlleva un tramado de empresas y organizaciones que, búsqueda de lucro mediante, no garantizan ni la sustentabilidad ambiental ni la accesibilidad masiva de los estamentos de consumo jaqueados hoy por el hambre.
Es necesario perseguir el desarrollo de un sistema sustentable tanto en términos sociales y económicos como ambientales que tenga como objetivos simultáneos un proceso de redistribución del ingreso y de inclusión, así como el cuidado de los recursos naturales.
El desafío de lograr una redistribución del ingreso y de las mayores cantidades producidas de alimentos que permita superar las situaciones de pobreza y desnutrición necesariamente debe ir acompañado de otro desafío que implica promover y sostener la sustentabilidad ambiental, de modo de no poner en peligro la alimentación y el bienestar de las generaciones futuras.
Este panorama obliga a un enfoque integral del problema en distintas facetas: productiva, tecnológica, comercial y fundamentalmente política. Es necesaria la puesta en marcha de iniciativas unificadoras globales en los máximos foros internacionales con el mismo o mayor énfasis que el otorgado hoy en día a cuestiones económicas como la actual crisis financiera internacional.
La primera forma tiene como objetivo mejorar en precios y cantidades las ofertas de alimentos, mientras que la segunda apunta a los indigentes con programas de asistencia directa. En algunos casos ello se inscribe en programas nacionales específicos para combatir el hambre, mientras que en otros, en cambio, se difuminan en una amplia gama de acciones con múltiples objetivos que a menudo desdibujan el objetivo inicial.
Una mayor democratización de la economía facilitaría no sólo la disponibilidad sino también el creciente acceso al consumo. En el segundo, se hace imprescindible contar con una doble política de asistencialismo directo y mejora en la distribución del ingreso
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